MEDITACIÓN
María, la elegida de Dios, la amada de Dios. Dios la miró con ojos de ternura, y volcó sobre ella todo su corazón. Y María también contemplaba a Dios con ojos tiernos, y correspondía al amor.
Seguro que entre Dios y ella había esta relación intensa, viva, cercana, que sólo
puede expresarse con la mirada que sale de lo profundo del alma y con la fuerza de la
vida que crece con toda la potencia en la primavera.
puede expresarse con la mirada que sale de lo profundo del alma y con la fuerza de la
vida que crece con toda la potencia en la primavera.
Y María siente esta proximidad, esta llamada, esta atracción. Se siente seducida, y la vive con toda la intensidad. Vive pendiente del amor que Dios le manifiesta. Por eso dice: «¡La voz de mi amado!». Está atenta a su voz, vive pendiente de ella, y lo comunica, quiere que todo el mundo lo sepa. Para ella, su vida es su Dios.
No, todo esto no son palabras raras, ni maravillas exóticas que les ocurren a personas excepcionales. Si María vivió la proximidad de Dios, el amor de Dios, la ternura de Dios, con esta intensidad de enamorada, es porque estaba dispuesta a dejarse enamorar, a dejarse seducir. No temía que Dios fuera realmente el centro de su vida. Y por eso nosotros la proclamamos dichosa.
Pero es que Dios mira a cada creyente, a cada hombre y a cada mujer, con los mismos ojos de ternura. Y espera que nosotros le devolvamos la misma mirada.
ORACIÓN
Gracias, María, por habernos dado a conocer a toda la Iglesia,
el gran cántico de tu vida. Ruega por nosotros para que
alabemos el nombre de Dios en todas las cosas.
Santa María, haznos cantar con júbilo, el gozo de creer,
fomentando el bien, la justicia y la caridad.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
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