MEDITACIÓN
María, la escogida de Dios. María, la Madre de Dios. Y María, una vez ha recibido aquel anuncio que le trastocaba la vida, una vez ha recibido aquel anuncio que la colocaba en un lugar decisivo de la historia de la salvación de Dios, no se queda parada.
El ángel le había dicho: «Mira, también tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible».
Ciertamente, María no podía hacer nada mejor, ni enseñamos nada mejor en aquellas primeras semanas de la espera del nacimiento de Jesús. No podía hacer nada mejor, ni enseñamos nada mejor, que eso: sentir unas ganas locas de compartir la alegría de su prima, y estar dispuesta a ayudarla en lo que fuera necesario. Seguramente que alguien de su pueblo le diría que era irreflexivo y peligroso embarcarse en aquel largo camino en los comienzos de su embarazo. Pero María sentía, sabía, que tenía que hacerla.
Ciertamente, aquella era la mejor manera de preparar el nacimiento del Hijo de Dios. Porque aquel Hijo de Dios que aún tenía que nacer, con el tiempo enseñaría precisamente esto: a tener el propio corazón muy cerca del corazón de los demás, y a no pasar de largo nunca por el otro lado del camino cuando hay alguien que necesita ayuda.
ORACIÓN
Gracias, María, por habernos dado a conocer a toda la Iglesia,
el gran cántico de tu vida. Ruega por nosotros para que
alabemos el nombre de Dios en todas las cosas.
Santa María, haznos cantar con júbilo, el gozo de creer,
fomentando el bien, la justicia y la caridad.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
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