MEDITACIÓN
Nazaret era un pueblecito pequeño, en el norte, en la región de Galilea. Un pueblo sin importancia ni relieve. Un pueblo en el que no había sucedido nunca nada, que no salía ni una sola vez en las páginas de la Biblia.
«Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María».
En la capital cerca del lago, Cafarnaún, ocurrían muchas cosas, y los viajeros llevaban hasta ella las nuevas ideas y las nuevas inquietudes. Y por aquellos andurriales, también, se fraguaban anhelos de transformación.
A Nazaret, aunque fuera un pueblo pequeño y aislado, también llegaban estas inquietudes. María quizá nunca bajó a la capital, a Cafarnaún, pero seguro que le llegaban los anhelos, las preocupaciones, las ideas que circulaban. y ella, como mucha otra gente, vivía esta situación desde un profundo convencimiento: el convencimiento de que Dios no abandonaría a su pueblo. Ella sentía, como otra mucha gente, el dolor por el mal y la tristeza que envolvía la vida de todo su pueblo. Ella experimentaba la necesidad de que las cosas cambiaran, que se encendiera una luz capaz de iluminar tanta tiniebla. Ella veía que las cosas tenían que ser diferentes, muy diferentes. Y ella estaba convencida de que Dios también quería que las cosas fueran distintas y creía firmemente que Dios mismo actuaría y haría presente su amor.
Y Dios actuó. Dios fijó su mirada en aquel pueblo de Galilea y le habló a ella, a aquella muchacha humilde, normal, llena de fe y de esperanza.
ORACIÓN
Gracias, María, por habernos dado a conocer a toda la Iglesia,
el gran cántico de tu vida. Ruega por nosotros para que
alabemos el nombre de Dios en todas las cosas.
Santa María, haznos cantar con júbilo, el gozo de creer,
fomentando el bien, la justicia y la caridad.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
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