jueves, 31 de mayo de 2012

La fiesta de la Visitación concluye el mes de Nuestra Señora: homenaje pictórico a la Virgen



Este 31 de mayo los católicos de todo el mundo celebran la fiesta de la Visitación de la de la Virgen María a su prima Isabel.


Según narran los evangelios, el ángel Gabriel le dijo a María que así como ella iba a ser la Madre de Jesús, su prima Isabel también estaba encinta de Juan el Bautista. La joven doncella de Nazaret estuvo ayudando a su pariente durante tres meses.


De este relato evangélico surgen dos importantes oraciones: la segunda parte del Avemaría y el canto del Magnificat, en el que la Virgen alaba a Dios por sus maravillas. Cuando Isabel oyó el saludo de María, "el niño saltó en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: ‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque en cuanto oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno’".


En una de sus catequesis sobre este episodio, el Beato Juan Pablo II explicaba que "con la expresión ‘mi Señor’, Isabel reconoce la dignidad real, más aún, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba para dirigirse al rey y hablar del rey-mesías".


San Bernardo de Claraval señala que "desde entonces María quedó constituida como un Canal inmenso por medio del cual la bondad de Dios envía hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias, favores y bendiciones".


Fue el Papa Urbano VI en 1389 quien extendió esta celebración a toda la Iglesia.


Mes de mayo, mes de María: día 31 y último



MEDITACIÓN
Hoy, en este último día del mes de mayo, nuestra meditación la haremos uniéndonos a la oración de María. Saborearemos poco a poco las palabras de su cántico, de la alabanza que dirigió a Dios por su obra salvadora, por la gracia y el amor que había derramado sobre ella misma y sobre la humanidad entera.
Son palabras de un profundo agradecimiento a Dios porque ama y salva. Y son palabras que proclaman también cuál es el mundo que Dios quiere.
«Proclama mi alma la grandeza del Señor;
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava. 
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, 
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: 
su nombre es santo.
y su misericordia llega a sus fieles 
de generación en generación.
El hace proezas con su brazo: 
dispersa a los soberbios de corazón, 
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes;
a los hambrientos los colma de bienes 
y a los ricos los despide vacíos. 
Auxilia a Israel, su siervo, 
acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-,
en favor de Abrabám y su descendencia para siempre».


ORACIÓN
Gracias, María, por habernos dado a conocer a toda la Iglesia,
el gran cántico de tu vida. Ruega por nosotros para que 
alabemos el nombre de Dios en todas las cosas.
Santa María, haznos cantar con júbilo, el gozo de creer, 
fomentando el bien, la justicia y la caridad.
Por Jesucristo Nuestro Señor.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Bendición en la Iglesia Parroquial de San José de Almería


San Fernando III, siervo de Santa María


José M.ª Sánchez de Muniáin
San Fernando III de Castilla y León, en Año Cristiano, Tomo II, 
Madrid, Ed. Católica (BAC 184), 1959, pp. 523- 531.



San Fernando (1198? - 1252) es, sin hipérbole, el español más ilustre de uno de los siglos cenitales de la historia humana, el XIII, y una de las figuras máximas de España; quizá con Isabel la Católica la más completa de toda nuestra historia política. Es uno de esos modelos humanos que conjugan en alto grado la piedad, la prudencia y el heroísmo; uno de los injertos más felices, por así decirlo, de los dones y virtudes sobrenaturales en los dones y virtudes humanos.
A diferencia de su primo carnal San Luis IX de Francia, Fernando III no conoció la derrota ni casi el fracaso. Triunfó en todas las empresas interiores y exteriores. Dios les llevó a los dos parientes a la santidad por opuestos caminos humanos; a uno bajo el signo del triunfo terreno y al otro bajo el de la desventura y el fracaso.


Fernando III unió definitivamente las coronas de Castilla y León. Reconquistó casi toda Andalucía y Murcia. Los asedios de Córdoba, Jaén y Sevilla y el asalto de otras muchas otras plazas menores tuvieron grandeza épica. El rey moro de Granada se hizo vasallo suyo. Una primera expedición castellana entró en África, y nuestro rey murió cuando planeaba el paso definitivo del Estrecho. Emprendió la construcción de nuestras mejores catedrales (Burgos y Toledo ciertamente; quizá León, que se empezó en su reinado). Apaciguó sus Estados y administró justicia ejemplar en ellos. Fue tolerante con los judíos y riguroso con los apóstatas y falsos conversos. Impulsó la ciencia y consolidó las nacientes universidades. Creó la marina de guerra de Castilla. Protegió a las nacientes Ordenes mendicantes de franciscanos y dominicos y se cuidó de la honestidad y piedad de sus soldados. Preparó la codificación de nuestro derecho e instauró el idioma castellano como lengua oficial de las leyes y documentos públicos, en sustitución del latín. Parece cada vez más claro históricamente que el florecimiento jurídico, literario y hasta musical de la corte de Alfonso X el Sabio es fruto de la de su padre. Pobló y colonizó concienzudamente los territorios conquistados. Instituyó en germen los futuros Consejos del reino al designar un colegio de doce varones doctos y prudentes que le asesoraran; mas prescindió de validos. Guardó rigurosamente los pactos y palabras convenidos con sus adversarios los caudillos moros, aun frente a razones posteriores de conveniencia política nacional; en tal sentido es la antítesis caballeresca del «príncipe» de Maquiavelo. 


Fue, como veremos, hábil diplomático a la vez que incansable impulsor de la Reconquista. Sólo amó la guerra bajo razón de cruzada cristiana y de legítima reconquista nacional, y cumplió su firme resolución de jamás cruzar las armas con otros príncipes cristianos, agotando en ello la paciencia, la negociación y el compromiso. En la cumbre de la autoridad y del prestigio atendió de manera constante, con ternura filial, reiteradamente expresada en los diplomas oficiales, los sabios consejos de su madre excepcional, doña Berenguela. Dominó a los señores levantiscos; perdonó benignamente a los nobles que vencidos se le sometieron y honró con largueza a los fieles caudillos de sus campañas. Engrandeció el culto y la vida monástica, pero exigió la debida cooperación económica de las manos muertas eclesiásticas y feudales. Robusteció la vida municipal y redujo al límite las contribuciones económicas que necesitaban sus empresas de guerra. En tiempos de costumbres licenciosas y de desafueros dio altísimo ejemplo de pureza de vida y sacrificio personal, ganando ante sus hijos, prelados, nobles y pueblo fama unánime de santo.


Como gobernante fue a la vez severo y benigno, enérgico y humilde, audaz y paciente, gentil en gracias cortesanas y puro de corazón. Encarnó, pues, con su primo San Luis IX de Francia, el dechado caballeresco de su época.
Su muerte, según testimonios coetáneos, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros.
Más aún. Sabemos que arrebató el corazón de sus mismos enemigos, hasta el extremo inconcebible de logar que algunos príncipes y reyes moros abrazaran por su ejemplo la fe cristiana. «Nada parecido hemos leído de reyes anteriores», dice la crónica contemporánea del Tudense hablando de la honestidad de sus costumbres. «Era un hombre dulce, con sentido político», confiesa Al Himyari, historiador musulmán adversario suyo. A sus exequias asistió el rey moro de Granada con cien nobles que portaban antorchas encendidas. Su nieto don Juan Manuel le designaba ya en el En-xemplo XLI «el santo et bienauenturado rey Don Fernando».


Más que el consorcio de un rey y un santo en una misma persona, Fernando III fue un santo rey; es decir, un seglar, un hombre de su siglo, que alcanzó la santidad santificando su oficio.
Fue mortificado y penitente, como todos los santos; pero su gran proceso de santidad lo está escribiendo, al margen de toda finalidad de panegírico, la más fría crítica histórica; es el relato documental, en crónicas y datos sueltos de diplomas, de una vida tan entregada al servicio de su pueblo por amor de Dios, y con tal diligencia, constancia y sacrificio, que pasma. San Fernando roba por ello el alma de todos los historiadores, desde sus contemporáneos e inmediatos hasta los actuales. Físicamente, murió a causa de las largas penalidades que hubo de imponerse para dirigir al frente de todo su reino una tarea que, mirada en conjunto, sobrecoge. Quizá sea ésta una de las formas de martirio más gratas a los ojos de Dios.
Vemos, pues, alcanzar la santidad a un hombre que se casó dos veces, que tuvo trece hijos, que, además de férreo conquistador y justiciero gobernante, era deportista, cortesano gentil, trovador y músico. Más aún: por misteriosa providencia de Dios veneramos en los altares al hijo ilegítimo de un matrimonio real incestuoso, que fue anulado por el gran pontífice Inocencio III: el de Alfonso IX de León con su sobrina doña Berenguela, hija de Alfonso VIII, el de las Navas.


Fernando III tuvo siete hijos varones y una hija de su primer matrimonio con Beatriz de Suabia, princesa alemana que los cronistas describen como «buenísima, bella, juiciosa y modesta» (optima, pulchra, sapiens et pudica), nieta del gran emperador cruzado Federico Barbarroja, y luego, sin problema político de sucesión familiar, vuelve a casarse con la francesa Juana de Ponthieu, de la que tuvo otros cinco hijos. En medio de una sociedad palaciega muy relajada su madre doña Berenguela le aconsejó un pronto matrimonio, a los veinte años de edad, y luego le sugirió el segundo. Se confió la elección de la segunda mujer a doña Blanca de Castilla, madre de San Luis.
Sería conjetura poco discreta ponerse a pensar si, de no haber nacido para rey (pues por heredero le juraron ya las Cortes de León cuando tenía sólo diez años, dos después de la separación de sus padres), habría abrazado el estado eclesiástico. La vocación viene de Dios y Él le quiso lo que luego fue. Le quiso rey santo. San Fernando es un ejemplo altísimo, de los más ejemplares en la historia, de santidad seglar.


Santo seglar lleno además de atractivos humanos. No fue un monje en palacio, sino galán y gentil caballero. El puntual retrato que de él nos hacen la Crónica general y el Septenario es encantador. Es el testimonio veraz de su hijo mayor, que le había tratado en la intimidad del hogar y de la corte.
San Fernando era lo que hoy llamaríamos un deportista: jinete elegante, diestro en los juegos de a caballo y buen cazador. Buen jugador a las damas y al ajedrez, y de los juegos de salón.
Amaba la buena música y era buen cantor. Todo esto es delicioso como soporte cultural humano de un rey guerrero, asceta y santo. Investigaciones modernas de Higinio Anglés parecen demostrar que la música rayaba en la corte de Fernando III a una altura igual o mayor que en la parisiense de su primo San Luis, tan alabada. De un hijo de nuestro rey, el infante don Sancho, sabemos que tuvo excelente voz, educada, como podemos suponer, en el hogar paterno.
Era amigo de trovadores y se le atribuyen algunas cantigas, especialmente una a la Santísima Virgen. Es la afición poética, cultivada en el hogar, que heredó su hijo Alfonso X el Sabio, quien nos dice: «todas estas vertudes, et gracias, et bondades puso Dios en el Rey Fernando».
Sabemos que unía a estas gentilezas elegancia de porte, mesura en el andar y el hablar, apostura en el cabalgar, dotes de conversación y una risueña amenidad en los ratos que concedía al esparcimiento. Las Crónicas nos lo configuran, pues, en lo humano como un gran señor europeo. El naciente arte gótico le debe en España, ya lo dijimos, sus mejores catedrales.


A un género superior de elegancia pertenece la menuda noticia que incidentalmente, como detalle psicológico inestimable, debemos a su hijo: al tropezarse en los caminos, yendo a caballo, con gente de a pie torcía Fernando III por el campo, para que el polvo no molestara a los caminantes ni cegara a las acémilas. Esta escena del séquito real trotando por los polvorientos caminos castellanos y saliéndose a los barbechos detrás de su rey cuando tropezaba con campesinos la podemos imaginar con gozoso deleite del alma. Es una de las más exquisitas gentilezas imaginables en un rey elegante y caritativo. No siempre observamos hoy algo parecido en la conducta de los automovilistas con los peatones. Años después ese mismo rey, meditando un Jueves Santo la pasión de Jesucristo, pidió un barreño y una toalla y echóse a lavar los pies a doce de sus súbditos pobres, iniciando así una costumbre de la Corte de Castilla que ha durado hasta nuestro siglo.
Hombre de su tiempo, sintió profundamente el ideal caballeresco, síntesis medieval, y por ello profundamente europea, de virtudes cristianas y de virtudes civiles. Tres días antes de su boda, el 27 de noviembre de 1219, después de velar una noche las armas en el monasterio de las Huelgas, de Burgos, se armó por su propia mano caballero, ciñéndose la espada que tantas fatigas y gloria le había de dar. Sólo Dios sabe lo que aquel novicio caballero oró y meditó en noche tan memorable, cuando se preparaba al matrimonio con un género de profesión o estado que tantos prosaicos hombres modernos desdeñan sin haberlo entendido. Años después había de armar también caballeros por sí mismo a sus hijos, quizá en las campañas del sur. Mas sabemos que se negó a hacerlo con alguno de los nobles más poderosos de su reino, al que consideraba indigno de tan estrecha investidura.
Deportista, palaciano, músico, poeta, gran señor, caballero profeso. Vamos subiendo los peldaños que nos configuran, dentro de una escala de valores humanos, a un ejemplar cristiano medieval.


De su reinado queda la fama de las conquistas, que le acreditan de caudillo intrépido, constante y sagaz en el arte de la guerra. En tal aspecto sólo se le puede parangonar su consuegro Jaime el Conquistador. Los asedios de las grandes plazas iban preparados por incursiones o «cabalgadas» de castigo, con fuerzas ágiles y escogidas que vivían sobre el país. Dominó el arte de sorprender y desconcertar. Aprovechaba todas las coyunturas políticas de disensión en el adversario. Organizaba con estudio las grandes campañas. Procuraba arrastrar más a los suyos por la persuasión, el ejemplo personal y los beneficios futuros que por la fuerza. Cumplidos los plazos, dejaba retirarse a los que se fatigaban.
Esta es su faceta histórica más conocida. No lo es tanto su acción como gobernante, que la historia va reconstruyendo: sus relaciones con la Santa Sede, los prelados, los nobles, los municipios, las recién fundadas universidades; su administración de justicia, su dura represión de las herejías, sus ejemplares relaciones con los otros reyes de España, su administración económica, la colonización y ordenamientos de las ciudades conquistadas, su impulso a la codificación y reforma del derecho español, su protección al arte. Esa es la segunda dimensión de un reinado verdaderamente ejemplar, sólo parangonable al de Isabel la Católica, aunque menos conocido.
Mas hay una tercera, que algún ilustre historiador moderno ha empezado a desvelar y cuyo aroma es seductor. Me refiero a la prudencia y caballerosidad con sus adversarios los reyes musulmanes. «San Fernando –dice Ballesteros Beretta en un breve estudio monográfico– practica desde el comienzo una política de lealtad.» Su obra «es el cumplimiento de una política sabiamente dirigida con meditado proceder y lealtad sin par». Lo subraya en su puntual biografía el padre Retana.


Sintiéndose con derecho a la reconquista patria, respeta al que se le declara vasallo. Vencido el adversario de su aliado moro, no se vuelve contra éste. Guarda las treguas y los pactos. Quizá en su corazón quiso también ganarles con esta conducta para la fe cristiana. Se presume vehementemente que alguno de sus aliados la abrazó en secreto. El rey de Baeza le entrega en rehén a un hijo, y éste, convertido al cristianismo y bajo el título castellano de infante Fernando Abdelmón (con el mismo nombre cristiano de pila del rey), es luego uno de los pobladores de Sevilla. ¿No sería quizá San Fernando su padrino de bautismo? Gracias a sus negociaciones con el emir de los benimerines en Marruecos el papa Alejandro IV pudo enviar un legado al sultán. Con varios San Fernandos, hoy tendría el África una faz distinta.
Al coronar su cruzada, enfermo ya de muerte, se declaraba a sí mismo en el fuero de Sevilla caballero de Cristo, siervo de Santa María, alférez de Santiago. Iban envueltas esas palabras en expresiones de adoración y gratitud a Dios, para edificación de su pueblo. Ya los papas Gregorio IX e Inocencio IV le habían proclamado «atleta de Cristo» y «campeón invicto de Jesucristo». Aludían a sus resonantes victorias bélicas como cruzado de la cristiandad y al espíritu que las animaba.
Como rey, San Fernando es una figura que ha robado por igual el alma del pueblo y la de los historiadores. De él se puede asegurar con toda verdad –se aventura a decir el mesurado Feijoo– que en otra nación alguna non est inventus similis illi [no se ha encontrado ninguno semejante a él].


Efectivamente, parece puesto en la historia para tonificar el espíritu colectivo de los españoles en cualquier momento de depresión espiritual.
Le sabemos austero y penitente. Mas, pensando bien, ¿qué austeridad comparable a la constante entrega de su vida al servicio de la Iglesia y de su pueblo por amor de Dios?
Cuando, guardando luto en Benavente por la muerte de su mujer, doña Beatriz, supo mientras comía el novelesco asalto nocturno de un puñado de sus caballeros a la Ajarquía o arrabal de Córdoba, levantóse de la mesa, mandó ensillar el caballo y se puso en camino, esperando, como sucedió, que sus caballeros y las mesnadas le seguirían viéndole ir delante. Se entusiasmó, dice la Crónica latina: «irruit... Domini Spiritus in rege». Veían los suyos que todas sus decisiones iban animadas por una caridad santa. Parece que no dejó el campamento para asistir a la boda de su hijo heredero ni al conocer la muerte de su madre.
Diligencia significa literalmente amor, y negligencia desamor. El que no es diligente es que no ama en obras, o, de otro modo, que no ama de verdad. La diligencia, en último término, es la caridad operante. Este quizá sea el mayor ejemplo moral de San Fernando. Y, por ello, ninguno de los elogios que debemos a su hijo, Alfonso X el Sabio, sea en el fondo tan elocuente como éste: «no conoció el vicio ni el ocio».
Esa diligencia estaba alimentada por su espíritu de oración. Retenido enfermo en Toledo, velaba de noche para implorar la ayuda de Dios sobre su pueblo. «Si yo no velo –replicaba a los que le pedían descansase–, ¿cómo podréis vosotros dormir tranquilos?» Y su piedad, como la de todos los santos, mostrábase en su especial devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen María.


A imitación de los caballeros de su tiempo, que llevaban una reliquia de su dama consigo, San Fernando portaba, asida por una anilla al arzón de su caballo, una imagen de marfil de Santa María, la venerable «Virgen de las Batallas» que se guarda en Sevilla. En campaña rezaba el oficio parvo mariano, antecedente medieval del santo rosario. A la imagen patrona de su ejército le levantó una capilla estable en el campamento durante el asedio de Sevilla; es la «Virgen de los Reyes», que preside hoy una espléndida capilla en la catedral sevillana. Renunciando a entrar como vencedor en la capital de Andalucía, le cedió a esa imagen el honor de presidir el cortejo triunfal. A Fernando III le debe, pues, inicialmente Andalucía su devoción mariana. Florida y regalada herencia.
La muerte de San Fernando es una de las más conmovedoras de nuestra Historia. Sobre un montón de ceniza, con una soga al cuello, pidiendo perdón a todos los presentes, dando sabios consejos a su hijo y sus deudos, con la candela encendida en las manos y en éxtasis de dulces plegarias. Con razón dice Menéndez Pelayo: «El tránsito de San Fernando oscureció y dejó pequeñas todas las grandezas de su vida». Y añade: «Tal fue la vida exterior del más grande de los reyes de Castilla: de la vida interior ¿quién podría hablar dignamente sino los ángeles, que fueron testigos de sus espirituales coloquios y de aquellos éxtasis y arrobos que tantas veces precedieron y anunciaron sus victorias?»



San Fernando quiso que no se le hiciera estatua yacente; pero en su sepulcro grabaron en latín, castellano, árabe y hebreo este epitafio impresionante:
«Aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, é el más verdadero, é el más franco, é el más esforzado, é el más apuesto, é el más granado, é el más sofrido, é el más omildoso, é el que más temie a Dios, é el que más le facía servicio, é el que quebrantó é destruyó á todos sus enemigos, é el que alzó y ondró á todos sus amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla, que es cabeza de toda España, é passos hi en el postrimero día de Mayo, en la era de mil et CC et noventa años.»


Que San Fernando sea perpetuo modelo de gobernantes e interceda por que el nombre de Jesucristo sea siempre debidamente santificado en nuestra Patria.


Mes de mayo, mes de María: día 30



MEDITACIÓN
El camino de María acaba allí donde está su hijo Jesús, en la vida eterna de Dios. Y es luz para todos nosotros, señal del lugar al que estamos llamados a llegar.
El camino de la fidelidad a Jesús,  el camino del seguimiento de! Evangelio, el camino de la apertura atenta y dispuesta a las llamadas de Dios, ha llevado a María a compartir ya por siempre aquella vida que es el término final hacia el cual nos encaminamos todos nosotros, y hacia donde camina, muchas veces sin saberlo, todo hombre y toda mujer que haya descubierto en el amor el verdadero sentido de su vida.
Por este camino anduvo María, por este camino queremos andar nosotros. Pero no es ningún mérito nuestro que llevemos en nuestro interior este anhelo que ella vivió con más intensidad que nadie. Es Dios mismo quien nos lo ha puesto dentro, a María y a nosotros.
Y nosotros, contemplándola a ella, mirándola a ella, sentimos la alegría de su gloria, y el deseo de vivirla nosotros también un día.


ORACIÓN
Gracias, María, por habernos dado a conocer a toda la Iglesia,
el gran cántico de tu vida. Ruega por nosotros para que 
alabemos el nombre de Dios en todas las cosas.
Santa María, haznos cantar con júbilo, el gozo de creer, 
fomentando el bien, la justicia y la caridad.
Por Jesucristo Nuestro Señor. 

lunes, 28 de mayo de 2012

Mes de mayo, mes de María: día 29



MEDITACIÓN
¿Y ahora, cuando Jesús ya no está en esta tierra, cuando empieza el camino de la Iglesia, cuando todo está en manos de los discípulos de Jesús, cuando la obra de anuncio de la Buena Noticia se está haciendo realidad por todas las tierras del imperio ¿Qué hace, ahora, María?
Sí, ahora también, ahora de una manera especial, María medita toda aquella larga y apasionante aventura en su corazón. ¡Desde el inicio, desde aquellos primeros momentos en Nazaret y en Belén, cuántas cosas han ocurrido! ¡Cuántos recuerdos lleva en su corazón para ir desgranándolos día a día, para ir comprendiendo cada día un poco más! Son las maravillas de Dios, que ella ha vivido como nadie, desde primera línea.
María medita también sobre ella misma, sobre lo que le ha sucedido. Siglos después, la liturgia de la Iglesia encontró, en diversos lugares del Antiguo Testamento, textos en los que vio como figuras de lo que había ocurrido con María. Quizá María misma también los meditaba, pues al fin y al cabo son textos que pueden reflejar la vida y la experiencia de todo creyente.
Sí, María podía meditar estas palabras. Eran su vida. Su camino había sido muy extraño, lleno de angustias. Pero Dios la había mirado, Dios había amado su belleza. Y ella había aceptado la llamada. No podía haber hallado nada mejor. Y en el fondo de su corazón, puesta ante Dios, había podido hacer muy suya la continuación del salmo: «Póstrate ante él, que él es tu señor». Ella le había ofrecido el homenaje de su fidelidad. Porque ¿qué puede haber mejor que postrarse ante el Dios que queda fascinado por la belleza de aquella creyente fiel que fue María? Y la vida de María, recordémoslo siempre, es modelo para todo creyente.


ORACIÓN
Gracias, María, por habernos dado a conocer a toda la Iglesia,
el gran cántico de tu vida. Ruega por nosotros para que 
alabemos el nombre de Dios en todas las cosas.
Santa María, haznos cantar con júbilo, el gozo de creer, 
fomentando el bien, la justicia y la caridad.
Por Jesucristo Nuestro Señor.

domingo, 27 de mayo de 2012

Mes de mayo, mes de María: día 28



MEDITACIÓN
El Nuevo Testamento no nos dice nada de lo que hizo la Virgen después de Pentecostés. La hemos visto allí, en Jerusalén, con los discípulos, esperando la venida del Espíritu Santo. Después, ya nada más sabemos de ella.
Escuchar como el libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra qué hacía y cómo vivía aquella primera comunidad, nos deja sorprendidos y nos hace pensar que nosotros estamos muy lejos de la fe y el empuje de aquellos primeros creyentes.
Dicen los Hechos de los Apóstoles: «Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían. Los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando».
Este es el ideal de vida que ponían en práctica aquellos primeros cristianos. ¿Y María? ¿Qué hacía María? Seguro que también estaba allí, participando de la vida de aquella primera comunidad. Ella, fiel discípula de Jesús, se reunía con los demás discípulos y con ellos vivía aquel ideal de vida nueva que entre todos se esforzaban por construir. Querían ser en medio del mundo un signo del Reino de Dios. Y querían serlo teniendo muy cercana la Palabra de Jesús y el Alimento de vida que él mismo les había dejado. Y así podían hacer realidad aquel espíritu de fraternidad que les unía y que hacía que incluso se sintieran llamados a poner las cosas en común. Y así todos los que querían notaban que valía la pena el camino del Evangelio.
María vivió y nos llama a vivir aquel camino que inauguró la primera comunidad
cristiana.

ORACIÓN
Gracias, María, por habernos dado a conocer a toda la Iglesia,
el gran cántico de tu vida. Ruega por nosotros para que 
alabemos el nombre de Dios en todas las cosas.
Santa María, haznos cantar con júbilo, el gozo de creer, 
fomentando el bien, la justicia y la caridad.
Por Jesucristo Nuestro Señor. 

Evangelio en la Solemnidad de Pentecostés

Juan 20, 19 - 23



Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».


ORACIÓN
Jesucristo, gracias por el envío de tu Espíritu. Que lo que prometiste que haría el Espíritu, se cumpla en mi vida. ¡Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tu fiel y enciende en mí el fuego de tu amor! Sólo con la asistencia del Espíritu podrá renovarse la faz de mi vida, hasta que llegue a ser cristiano, otro Cristo.

San Felipe Neri: "!Dejadme abrazar a mi Madre¡"

En este mes de mayo se celebra hoy la fiesta de un Santo que propagó la dedicación del mes de mayo a María. Es San Felipe Neri, que vivió entre 1515 y 1595 en Italia. Sacerdote celosísimo, desarrolló su apostolado en la Roma de su tiempo. Gracias a su dulzura y humildad, San Felipe Neri santificó a la Iglesia en aquellos años tan duros. Su caridad pastoral queda reflejada en los Oratorios que fundó y que actualmente se extienden por muchos países.


San Felipe se distinguió por un tierno amor a Nuestra Señora, cuyo culto propagó con la ternura de un hijo amantísimo. En una ocasión, estando enfermo, la Madre de Dios se le apareció y el Santo, apartando a sus enfermeros gritó: "Dejadme abrazar a mi Madre".

Mes de mayo, mes de María: día 27



MEDITACIÓN
Después de ver como Jesús había sido llevado al cielo, los apóstoles «se volvieron a Jerusalén desde el monte que llaman de los Olivos, que dista de Jerusalén lo que se permite caminar en sábado. Llegados a casa, subieron a la sala, donde se alojaban Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago el de Alfeo, Simón el Celotes y Judas el de Santiago. Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos».
Mientras tanto, oran. Oran juntos, reafirman la comunión profunda entre ellos y Dios el Padre. Saben que el amor de Dios les ha llenado y les llenará aún más, y quieren vivirlo con toda la intensidad. Por eso oran: alaban a Dios, le dan gracias, le piden que los acompañe siempre; y recuerdan una y otra vez las palabras de Jesús, los hechos de Jesús, la vida entera de Jesús.
No podía faltar, allí, María. Cuando Jesús clavado en la cruz le decía al discípulo amado: «Aquí tienes a tu madre», hacía de ella un signo, un punto de referencia para los creyentes. María, unida con Jesús por los lazos de la sangre y de la fe, ahora quedaba unida con la fuerza de estos mismos lazos con todos aquellos que querrían vivir la Buena Noticia que él había inaugurado. María se convertía en un signo recio para toda la comunidad de los seguidores de Jesús. Un signo que quería decir que el seguimiento de Jesús no era sólo algo del cerebro o de la voluntad: no era sólo algo que pensamos con la cabeza o algo que nos proponemos hacer. Sino algo que llenaba toda la persona, que abarcaba el corazón y e! alma, el cuerpo y el espíritu, todo lo que somos. Seguir a Jesús quiere decir unirse tanto a él que podamos llegar a decir que María es también nuestra madre: en la sangre y en la fe.


ORACIÓN
Gracias, María, por habernos dado a conocer a toda la Iglesia,
el gran cántico de tu vida. Ruega por nosotros para que 

alabemos el nombre de Dios en todas las cosas.
Santa María, haznos cantar con júbilo, el gozo de creer, 

fomentando el bien, la justicia y la caridad.
Por Jesucristo Nuestro Señor.

sábado, 26 de mayo de 2012

Mes de mayo, mes de María: día 26

 
MEDITACIÓN
Allí, al pie de la cruz, María, y las demás mujeres, y el discípulo aquel que las acompañaba, habían vivido la tragedia de la muerte de aquel que tanto habían amado. Habían visto su agonía, habían escuchado su último grito, habían acompañado a aquellos fieles clandestinos José de Arimatea y Nicodemo cuando lo descolgaban de la cruz y lo enterraban en un sepulcro nuevo que había allí cerca. Lo habían vivido con el mayor dolor, pero la llama no se había apagado. Porque Dios no podía dejar que tanto amor quedara sepultado por siempre. Porque Dios, el amor de Dios que Jesús había vivido sin desfallecer, no podía quedar derrotado por el mal y el pecado del mundo.
Y al cabo de unos días, aquella llama ya se había convertido en un fuego imparable. Primero ha sido María Magdalena y las demás mujeres, después Pedro, después, poco a poco, todos. Sí, Jesús vive, Jesús ha vencido a la muerte, Jesús ha abierto un camino nuevo en medio de la historia de los hombres. Dios ha mostrado que el camino de Jesús era el único camino, que el amor de Jesús era la única manera de vivir que valía realmente la pena. Jesús, el amor de Jesús, muestra la manera de vivir de Dios, la manera de vivir que une con Dios. Y su cruz, el fracaso del Calvario, era la señal de la vida, la única vida verdadera.
Sí, aquella historia que comenzó en Belén ahora se ha mostrado con toda su fuerza. Ahora, todo el que quiera, todo el que tenga ganas de tener abierto el corazón, puede comprender cuál es el proyecto de Dios y unirse a él, hacerla suyo para tener vida. María, que ha seguido aquel camino en su totalidad, que ha experimentado sus alegrías y ha sentido profundamente sus dolores, y que se ha encontrado más de una vez desconcertada y sin saber qué estaba ocurriendo, ahora vive el gozo pleno que Dios manifiesta en Jesús. Ella, que ha traído al Hijo de Dios al mundo, ahora será testimonio fiel de la Buena Noticia de su resurrección.


ORACIÓN
Gracias, María, por habernos dado a conocer a toda la Iglesia,
el gran cántico de tu vida. Ruega por nosotros para que
alabemos el nombre de Dios en todas las cosas.
Santa María, haznos cantar con júbilo, el gozo de creer,
fomentando el bien, la justicia y la caridad.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
 

jueves, 24 de mayo de 2012

San Gregorio VII: defensor de la Iglesia



Nació como Hildebrando en Soana, provincia de Siena, hacia el 1020, de una familia pobre. Creció en la ciencia y en la virtud en el monasterio de Santa María, en el Aventino (Roma).   Legado de los papas durante cinco pontificados, dedicó buena parte de su vida en el restablecimiento de la disciplina eclesiástica.


Era solo diácono cuando fue elegido Papa. Ordenado sacerdote y consagrado obispo de Roma en el 1073, se llamó Gregorio VII.   Empleó el resto de su existencia luchando principalmente contra las investiduras y la simonía para lograr la independencia de la Iglesia frente al poder civil.


Tuvo su mayor obstáculo en las relaciones con el emperador Enrique IV.


Murió desterrado en Salerno en el 1085, habiendo dado un impulso decisivo a la reforma de la Iglesia que lleva su nombre.

Mes de mayo, mes de María: día 25



MEDITACIÓN
«Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego, dijo al discípulo: Ahí tienes a tu  madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa».
Allí, muriendo en la cruz, mientras se desangra y se asfixia, hace una gran signo de todo lo que él quiere: el signo más lleno de ternura, el signo que toca más el corazón. El quiere que sus discípulos vivan lo que él ha vivido, sea lo que él ha sido. Y allí en la cruz, a aquel discípulo amado que los representa a todos, le dice, mirando a María: «Aquí tienes a tu madre».
Jesús no podía hacer un signo más claro que éste. Diciéndole al discípulo: «Aquí tienes a tu madre», le está diciendo: «Desde ahora tú eres yo y yo soy tú. No hay nada más humano, más decisivamente humano, que aquel momento en que un niño nace al mundo. Y es la madre la que lo hace posible, la que realiza este momento más decisivo de la vida humana. La que a mí me hizo hombre, yo te la doy. Porque ahora tú eres yo y yo soy tú».
María, madre de los discípulos, madre de los creyentes, es un gran signo. Mirándola a ella vemos, sentimos, vivimos, como continúa en nosotros la fuerza, la gracia, el amor, la vida, la salvación de Jesús. Y el amor que desde aquel momento trágico de la cruz se debía establecer entre el discípulo y María es nuestro mismo amor.


ORACIÓN
Gracias, María, por habernos dado a conocer a toda la Iglesia,
el gran cántico de tu vida. Ruega por nosotros para que 
alabemos el nombre de Dios en todas las cosas.
Santa María, haznos cantar con júbilo, el gozo de creer, 
fomentando el bien, la justicia y la caridad.
Por Jesucristo Nuestro Señor.