XXXIV Aniversario del tránsito del Siervo de Dios Pablo VI
El Siervo de Dios Pablo VI con el cardenal Ratzinger, actual Benedicto XVI
En la fiesta de la Transfiguración del Señor de 1978, hace ya treinta y cuatro años, expiró el Siervo de Dios Pablo VI. Este gran pontífice fue el encargado de clausurar y llevar a la práctica el Concilio Vaticano II. Esa misma tarde el Santo Padre tenía pensado asomarse al balcón de su residencia veraniega para ofrecer una pequeña reflexión sobre la fiesta del día, pero la muerte se lo impidió. El texto que había preparado es el siguiente:
Publicamos la alocución dominical que el amado Pontífice había
preparado para dirigirla a los peregrinos en Castelgandolfo, a la hora meridiana
del Angelus, el domingo 6 de agosto, y que la ya grave enfermedad le
impidió pronunciar. El Papa descansó en la paz del Señor a las 21,40 del domingo
6 de agosto, fiesta de la Transfiguración del Señor.
Basílica de la Transfiguración en el Monte Tabor
Hermanos e hijos queridísimos:
La Transfiguración del Señor, recordada por la liturgia en la
solemnidad de hoy, proyecta una luz deslumbrante sobre nuestra vida diaria y nos
lleva a dirigir la mente al destino inmortal que este hecho esconde.
Ábside de la Basílica de la Transfiguración en el Monte Tabor
En la cima del Tabor, durante unos instantes, Cristo levanta el
velo que oculta el resplandor de su divinidad y se manifiesta a los testigos
elegidos como es realmente, el Hijo de Dios. «el esplendor de la gloria del
Padre y la imagen de su substancia» (cf. Heb 1, 5); pero al mismo tiempo
desvela el destino trascendente de nuestra naturaleza humana que El ha tomado
para salvarnos, destinada también ésta (por haber sido redimida por su
sacrificio de amor irrevocable) a participar en la plenitud de la vida, en la
«herencia de los santos en la luz» (Col 1, 12).
Monte Tabor
Ese cuerpo que se transfigura ante los ojos atónitos de los
Apóstoles es el cuerpo de Cristo nuestro hermano, pero es también nuestro cuerpo
destinado a la gloria; la luz que le inunda es y será también nuestra parte de
herencia y de esplendor.
Peregrinos rezando en la Basílica
Estamos llamados a condividir tan gran gloria, porque somos
«partícipes de la divina naturaleza» (2 Pe 1. 4).
Nos espera una suerte incomparable, en el caso de que hayamos
hecho honor a nuestra vocación cristiana y hayamos vivido con la lógica
consecuencia de palabras y comportamiento, a que nos obligan los compromisos de
nuestro bautismo.
El tiempo restaurador de las vacaciones traiga a todos oportunidad
de reflexionar más a fondo sobre estas realidades estupendas de nuestra fe. Una
vez más deseamos a todos los aquí presentes, y a cuantos pueden disfrutar de una
pausa de solaz en este tiempo de vacación, que los transforméis en ocasión para
madurar espiritualmente.
Pero tampoco este domingo podemos olvidar a cuantos sufren por
hallarse en circunstancias especiales y no pueden sumarse a quienes gozan, en
cambio, de un reposo ciertamente merecido. Queremos aludir a los desocupados,
que no alcanzan a subvenir a las necesidades crecientes de sus seres queridos,
con un trabajo acorde con su preparación y su capacidad; a los que padecen
hambre, una multitud que aumenta cada día en proporciones pavorosas; y en
general, a todos aquellos que no aciertan a encontrar un puesto satisfactorio en
la vida económica y social.
Por todas estas intenciones se eleve hoy fervorosa nuestra oración
mariana, que estimule asimismo a cada uno a propósitos de solidaridad
fraterna.
María, Madre solícita y afectuosa, dirija a todos su mirada y su
protección.
Nave central de la Basílica de la Transfiguración en el Monte Tabor
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