CONCLUSIÓN DEL MES DE MAYO
PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Gruta de Lourdes en los Jardines del Vaticano Jueves, 31 de mayo 2012
Queridos hermanos y hermanas:
Soy siempre muy feliz de participar en esta vigilia mariana en el Vaticano, un momento que, incluso con la presencia de tanta gente, siempre tiene una íntima y familiar. El mes en que la devoción de los fieles tiene una dedicatoria muy especial para el culto a la Madre de Dios termina con la fiesta litúrgica que conmemora el "segundo misterio gozoso": la visita de María a su prima Isabel. Este evento está marcado por la alegría expresada por las palabras con que la Santísima Virgen María glorifica al Todopoderoso por las grandes cosas que ha hecho mirar la humildad de su esclava: "Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se alegra en Dios Mi Salvador "( Lc 1, 46). El Magnificat es el cántico de alabanza que se eleva de la humanidad redimida por la misericordia divina, la salvación a todo el pueblo de Dios y, al mismo tiempo, es la cántico que denuncia la ilusión de los que se creen dueños de la historia y árbitros de su destino.
Queridos amigos, esta noche, volvamos nuestra mirada a María, con renovado afecto filial. Todo lo aprendemos siempre de nuestra Madre del Cielo: la fe nos invita a mirar más allá de las apariencias y la firme convicción de que las dificultades diarias serán vencidas por la victoria que ya ha comenzado en Cristo Resucitado. Esta tarde, invoquemos al Inmaculado Corazón de María con renovada confianza para dejarnos contagiar de su alegría que brota de lo más profundo de la esperanza en el Señor. La alegría, el fruto del Espíritu Santo, es fundamental distintivo del cristiano: se basa en la esperanza en Dios, que encuentra su fuerza en la oración incesante, en la serenidad que hace frente a las tribulaciones. San Pablo nos recuerda: "Alegraos en la esperanza, sed constantes en la tribulación, permaneced en la oración" ( Rm 12, 12). Estos son como un eco a las palabras del Magníficat de María, y nos exhorta a nosotros mismos a reproducir en nuestra vida cotidiana, los sentimientos de la alegría en la fe propios en el cántico de María.
Me gustaría desear a todos y cada uno de vosotros, queridos hermanos y hermanas, venerados cardenales, obispos, sacerdotes, personas consagradas ya todos los fieles, que esta alegría espiritual, que se ha filtrado desde el corazón lleno de gratitud a la Madre de Cristo y Madre nuestra, y al concluir este mes de mayo, más gracia en nuestras mentes, en nuestra vida personal y familiar, en todos los ambientes, sobre todo en la vida de esta familia que está aquí en el Vaticano, en toda la Iglesia Universal. ¡Gracias a todos!
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